QUEJAS

Habiendo alcanzado los treinta y cuatro años, me doy cuenta de que ya tengo un poco de perspectiva de mi propia vida, y que, por suerte o por desgracia, estoy más alerta de mis propios pensamientos, sentimientos, creencias y en general de cómo interactúo con el mundo.
Gracias a eso me da la sensación de poder vislumbrar el código fuente de las relaciones sociales para con nosotros mismos y para con los demás, y lo que veo, no es honestidad.

Me da la sensación de que el instinto humano se decanta por la bondad, y suele ser así cuando las personas con las que tratamos están identificadas, pero cuando no lo están, todo se enturbia y ya no brillamos tanto.
Parece que en la simpleza de los momentos tranquilos, estamos relajados y nuestra esencia natural se proyecta sin problemas. Somos por lo general buenas personas en cautiverio, pero a la sociedad no le interesa eso, o mejor dicho, a la alta sociedad no le interesa eso. Interesa personas no unidas, débiles y perdidas. Divide y vencerás. Parece incluso difícil elegir por la cantidad de cosas que te quieres dividir y por ende enfrentar, porque cuando alguien no está de tu lado, esta en el contrario, son pseudo enemigos. Elige equipo de fútbol, elige un partido político, elige un ideología, elige un tipo de música, elige una forma de vestir y además siéntete orgulloso de haber sido elegido por tu país para nacer allí.
Evidentemente no es todo tan simple, pero incluso con los amigos que has o no has elegido, hay ácido en las palabras.
No nos han enseñado a relacionarnos entre nosotros, y es que cuando llegamos al mundo, al colegio, al grupo o al trabajo, las normas ya estaban ahí, y sin saber quién las creó ni cómo ni porqué, simplemente nos metemos en el rol que nos toca y lo hacemos nuestro.

<<Es que eres gilipollas>> Le dice un amig@ a otro@.
<<Y tú subnormal>> Le contesta.

Así interaccionan dos amig@s. Y dirán, no hombre, que lo decimos de broma. Cuando insultas, insultas. Luego está el nivel de gravedad que le quieras añadir según el tono y la situación, pero un insulto es una falta de respeto y en toda broma siempre hay un porcentaje de verdad. Cuando te llamo gilipollas, me reafirmo y me recuerdo que realmente tienes algo de gilipollas, seguramente al menos un 1% más de gilipollas desde la última vez que te lo dije.
Además también me encargo de recordártelo a ti, para que no se te olvide que un poco gilipollas sí que eres.
¿Por qué nos minamos la autoestima y amor propio entre amigos? Si te llaman gilipollas cada día al final te lo vas a creer.

Creo que puede estar directamente relacionado con las quejas. Al final es mucho más simple insultar y/o quejarse antes que ponerse a pensar ¿A qué? ¡A pensar! Intentar comprender la psicología de la otra persona y el porqué de haber actuado así o simplemente aceptar la situación.
Está científicamente probado que ante un problema, quejarse es la forma más rápida de obtener un ligero alivio/consuelo, pero al final, no vale para nada más que invertir energía en algo que se va a transformar rápidamente en frustración.

Desde que tomé consciencia de este tipo de cosas, ya no insulto ni a mis amigos, ni a los que no son mis amigos. Es más, cuando todavía escucho algún insulto entre ellos, me chirría en los oídos.
<<¡Capullo!>> Me dijo bromeando un colega el otro día. <<No deberías insultar a tus amigos >> Le dije. Se quedó callado y apartó la mirada. Algo pasó.

Aparte de esto, todavía hay algo peor, y es que ni siquiera necesitamos las relaciones sociales para recordarnos lo inválidos que somos, de eso ya nos encargamos nosotros mismos. Así nos lo han enseñado nuestros padres, los amigos, la escuela y la social media. Si haces algo mal, lo menos que puedes hacer es insultarte.
Se te cae un vaso de agua involuntariamente y lo primero que salta a tu cabeza, incluso en voz alta es: <<¡Hostia que inútil que soy!>>

Cuántas veces te insultas al día, haz la prueba alguna vez y cuéntalas. Aunque ya de paso, también puedes contar la de veces que te alagas por hacer algo en las mismas 24h.
Parece estúpido, pero somos los artífices de nuestro estado anímico.
Si te repites algo continuamente, al final, te lo terminas creyendo.

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