Ella decía que me veía como un dios cuando hacíamos el amor. Y así es justo como la veía yo.
Decía que no escuchaba nada, que no había otra cosa que sentimiento y mi mirada frente a la suya.
Decía que teníamos la soledad y la intimidad más profunda.
Decía que estábamos en una galaxia lejana de un universo efímero
y hermético que sólo aparecía por un por un momento entre sus ojos y los míos.
Ella decía que allí no había un hombre y una mujer, decía que había algo más. Y así es justo como lo sentía yo.
Algo sin nombre que contenía nuestros nombres.
Algo que nacía de y para nosotros, de nuestra suma, de nuestro momento.
Algo que precisaba dejarlo todo atrás para ser creado.
Algo que necesitaba el suicidio de nuestras conciencias para existir.
Algo a lo que ella y yo nos rendíamos cada noche.
Ella decía que yo era el mejor, y si lo fui, fue porque ella lo dijo.
LA VIDA NO ES UN VIAJE
La existencia en el universo es básicamente lúdica. No tiene necesidad alguna. No va a ninguna parte. No tiene ningún destino. Se entiende mejor con una analogía de la música. La música, como forma...
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