Ella decía que me veía como un dios cuando hacíamos el amor. Y así es justo como la veía yo.
Decía que no escuchaba nada, que no había otra cosa que sentimiento y mi mirada frente a la suya.
Decía que teníamos la soledad y la intimidad más profunda.
Decía que estábamos en una galaxia lejana de un universo efímero
y hermético que sólo aparecía por un por un momento entre sus ojos y los míos.
Ella decía que allí no había un hombre y una mujer, decía que había algo más. Y así es justo como lo sentía yo.
Algo sin nombre que contenía nuestros nombres.
Algo que nacía de y para nosotros, de nuestra suma, de nuestro momento.
Algo que precisaba dejarlo todo atrás para ser creado.
Algo que necesitaba el suicidio de nuestras conciencias para existir.
Algo a lo que ella y yo nos rendíamos cada noche.
Ella decía que yo era el mejor, y si lo fui, fue porque ella lo dijo.
HERMANO OTTO
Hace unas semanas me propusieron escribir un relato que reflejase la importancia que tienen los animales en las causas sociales. El proyecto reunía diferentes escritores, ilustradores y correctores...
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